
El reloj del maestro era un legado de su padre y posiblemente por eso el día quee se detuvo marcó para ese hombre un momento muy triste. Sin embargo, en lugar de dejar el reloj olvidado en su mesita de noche, el maestro cada noche tomaba su viejo reloj, lo calentaba entre sus manos, lo lustraba, le daba apenas una media vuelta a la tuerca y lo agitaba deseando que recuperara su andar. El reloj parecía complacer a su dueño, que durante algunos minutos se quedaba escuchando el conocido tictac de su máquina. Pero enseguida volvía a detenerse otra vez.
Fue este pequeño ritual, este ocuparse del reloj, este cuidado amoroso, lo que evitó que su reloj se trabara para siempre.
Fue mantener viva la ilusión lo que salvó a su reloj de morir oxidado.
De cuenta comigo, de Jorge Bucay
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