jueves, 31 de mayo de 2012

CLAVES PARA UNA VIDA SERENA

La serenidad es el sentimiento de apaciguamiento por dentro de armonía por fuera que sentimos cuando la vida nos trata bien: cuando nos hallamos en lugares hermosos, con personas a las que queremos, sin preocupaciones que nos ronden; cuando estamos protegidos y felices. Pero esto es algo que no puede ocurrir todos los dias. Muy a menudo tendremos que producir la serenidad en nosotros mismos, ya que nuestro entorno no es necesariamente paradisiaco. Pero cuidado!!! Cuando todo va mal, cuando nos encontramos en el centro de la adversidad, es inútil, e incluso, peligroso querer permanecer Zen a toda costa. En ese momento, no es la serenidad la cuestión que se plantea en nuestras vidas habituales, normales: ni maravillosas, ni atroces. Es en tales momentos cuando, mediante pequeños esfuerzos, podemos crear en nuestro interior pequeños espacios de serenidad... Pero existe una condición: que hayamos aprendido a superar tres obstáculos concretos.

PRIMERA DIFICULTAD

La primera dificultad que nos impide a menudo acceder a la serenidad es nuestra propia agitación interior, un eco de la agitación del mundo que nos rodea. Es por ello, que lo primero que debemos hacer es detenernos.

Detengámonos. Dejemos de reflexionar, de actuar, de querer. Dejemos de hacer cosas, con nuestro cuerpo, con nuestro cerebro, con nuestra voluntad. Siempre estamos haciendo. Saltamos de una acción a la siguiente, de una intención de acción a un recuerdo de acción.

Estamos aprisionados en el hacer. En nuestras vidas hay demasiados días en los que hemos hecho un montón de cosas, pensando en un montón de cosas. Pero, en esos días, realmente no hemos vivido, ni existido, ni siquiera hemos sentido que existiamos. Días autómatas. Vidas autómatas. ¿Cómo podemos afrontar esta situación?.


Necesitamos intensificar nuestra presencia en los instantes favorables. habitémoslos con la conciencia. Detengámonos para sentir. Allá donde estemos en ese momneto y no solamente en condiciones privilegiadas. Habitemos de forma diferente nuestra vida cotidiana. Todos esos momentos de espera, como la que pueda vivir en una estación de tren mientras lo espero, en los supermercados, en las oficinas de correos, en los peajes de autopista,... En lugar de esperar, sintamos.

Simplemente estemos ahí, conscientes. Tomemos conciencia de que estamos vivos.

Sin embargo, detenerse abandonarse y no hacer nada es ciertamente difícil. Parece sencillo, pero no lo es en absoluto. Podriamos fácilmente morir sin haber vivido, tras haber invertido toda nuestra existencia en "hacer las cosas que hay que hacer". Por eso tenemos la necesidad de detenernos, de no actuar.

La no acción es la respiración de la acción. Es como el silencio que sigue al ruido. Es esforzarse, en muchos momentos, para no pasar enseguida a otra cosa, a otra acción. Decidir tomarse un tiempo, no para reflexionar, si no para sentir, para dejarse invadir lentamente por la estela de lo que acabamos de hacer, por la presencia del instante. Permitir clarificarse, apaciguarse. Dejar respirar más a menudo a nuestro espíritu entre dos acciones. Tras una llamada telefónica, en vez de pasar a la siguiente, detenerse y cerrar los ojos un instante, sentir lo que sucede en mi interior. Tras marcharse unos amigos, no precipitarse a ordenar la casa antes de dormir, sino detenerse, cerrar los ojos un instante, sentir mi respiración y pensar en esos momentos de intercambio y de afecto. Tras un conflicto con un ser querido, no recubrir mi pena y mis estados de ánimo con otra acción, sino detenerse, cerrar los ojos un instante, escuchar mi cuerpo y reflexionar sobre lo que se ha roto en ese vínculo que me es tan preciado. Luego, podemos avanzar un paso más....

SEGUNDA DIFICULTAD


La segunda dificultad u obstáculo en el camino para conseguir la serenidad es el deseo de modificar, de juzgar, de dominar. En realidad, desear modificar, juzgar, dominar, no es un problema en sí. Llega a serlo cuando se convierte en nuestra única manera de relacionarnos con el mundo que nos rodea. Se puede, se debe aprender a ser en algunas ocasiones solo una presencia que observa y que siente.  Es lo que denominamos "contemplación": "La actitud de la conciencia cuando se contenta con conocer lo que es, sin querer poseerlo, utilizarlo o juzgarlo", según la espléndida definición del filósofo André Comte-Spoville.

Contemplar es mirar sin esperar ni codiciar, ni juzgar. Es adoptar una posición de humildad abierta y curiosa hacia el mundo que nos rodea. Es querer comprender nuestra propia vida y establecer un vínculo en ella antes de precipitarnos en actos para cambiarla. Es tomarse tiempo con regularidad para contemplarla y para amarla, tal como es.

TERCERA DIFICULTAD

"Amar la vida tal como es". Para ello es necesario haber franqueado la tercera dificultad u obstáculo el de la "idealopatía": querer a toda costa que el mundo sea como debería ser, pretender que sea ideal. amar la vida es comenzar por aceptar que es como es. No siempre rosa, no siempre perfecta, no siempre como querríamos que fuera. La aceptación está en el centro de la serenidad. Pero cuidado con el malentendido: aceptar no significa "que todo esta bien", eso es la aprobación, sino "todo esta ahí, todo está ya ahí". No tenemos por qué amar un pensamiento, una situación, a una persona o una experiencia de nuestra vida para aceptarlos. No hay necesidad de amar, solamente admitir que ese pensamiento, esa situación, esa persona o esa experiencia están ahí: existen, están ya en nuestra vida y tendremos que encontrar un compromiso y avanzar con él. Aceptar no es aprobar. Las tormentas, las inundaciones, el cáncer, la injusticia,.... no los aprobamos, pero sabemos que existen. Y en lugar de escandalizarnos por su existencia, será mejor que guardemos toda nuestra energía para combatirlos si nos los encontramos.


La aceptación es más que soltar. Y es que no se trata tanto de un comportamiento puntual como de una decisión existencial y una filosofia de vida, una actitud duradera y madurada. Es el desasimiento, el soltar, está la noción de renuncia: dejamos de debatirnos. En la aceptación hay unai ntención de permenecer en la acción, pero de forma diferente: con la lucidez y la calma. La aceptación significa que decirnos "si" a lo real; no le decimos "brao". Y esta acogida por el sí no significa en absoluto una resignación o una renuncia a actuar o a pensar. Es solo una de las dos fases de ese movimiento regular de nuestro espíritu, como una respiración del alma: aceptación de lo que es, y luego acción, sobre o que es, aceptación, de lo que ha sucedido y luego acción sobre lo que ha sucedido. Y así una y otra vez, hasta el fin...

La aceptación, finalmente supone una decisión paradójica, la de no elegir, no rechazar, no eliminar nada. Incluso lo que no es deseable, bueno, bello,...


Al contrario, nos decidimos a acogerlo todo, a enriquecernos o, cuando menos, a albergar lo que sucede y lo que es con la aceptación abrimos un espacio interior infinito, puesto que renunciamos a filtrar, controlar, validar todas las cosas, y a medirlas y juzgarlas. En ese sentido, aceptar es enriquecerse y dejar que el mundo entre en nosotros, en lugar de querer hacerlo a nuestra imagen y tomar solo de él lo que nos conviene o se nos asemeja.


Porque la serenidad no debe parecerse a una ciudadela en la que podriamos refugiarnos para protegernos del mundo. Solo puede darse en nuestras vidas con regularidad si se apoya en una actitud de apertura y acogida hacia todo lo que existe y lo que sucede. Y es que, además, no tenemos otra elección.


"Aceptar la vida es una de las dos fases de la respiración del alma; primero, acepto lo que es, y luego, actuó sobre aquello que es".


"Detenerse, contemplar, amar. Vivir con serenidad es un aprendizaje diario. Detener la acción y sentir, adoptar una posición de observación, sin juicio, ni codicia; y apreciar la realidad tal como es son las tres claves para hacer de la serenidad nuestro estado habitual".


"Podemos aprovechar los momentos cotidianos de espera para relajarnos, dejar de pensar y sentir".

 
Mente sana

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