
En las calles, los niños juegan con sus manos, convirtiéndolas en mariposas leves. Los viejos hacen magia con las palabras, hechizando con sus voces al que pasa; enredando sus cabellos y sus sueños con historias...
La fama del pueblo mágico llegó hasta Liu, la de los ojos hermosos. Enseguida supo que aquél era su destino. No importaba la lejanía o el frío, la soledad. Allí debía ir. Porque ella quería vivir la magia, aprenderla, disfrutarla y ofrecerla. Sobre todo, a sus hijos.
Y tras llorar la partida. Liu inició su largo camino. Un día lluvioso y frío llegó a aquel pueblo para ella tan preciado. Y buscó. Y preguntó sin descanso, bebiendo con pasión todo cuanto allí ocurría. Pero, al final del día, agotada y hambrienta, supo que la magia que tanto deseaba no sería suya. Se le escurría de la piel y se perdía entre las piedras.
Y Liu lloró. Lloró sin tregua y sin vergüenza, vaciando toda su tristeza. Y, como por arte de magia, a su lado vio a un niño precioso. Suavemente, la criatura cogió sus manos, las acarició y volviendo sus palmas hacia arriba, las llenó de pétalos blancos. - Cómelos y confía. Sólo estás cansada, no perdida; todo llega en su momento. Búscalo en los ojos de tus hijos.
Ahora sus lágrimas ya no eran amargas; sabían a fruta y a consuelo; resbalaban, por su rostro hasta rodar por el suelo, titineando como perlas de río. Y, mirándose en ellas, Liu vio los ojos de su hija que le decían: "No tengas miedo, mamá: vuelve a casa".
Relato de Susana Rodrigo
Publicado en Cuentos que Curan.
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