viernes, 27 de enero de 2012

LA PRUEBA DEL MAESTRO

<<Soy pobre y débil>>, dijo un día un maestro a sus discípulos, pero vosotros sois jovenes, y yo os enseño: es deber vuestro, por lo tanto, conseguir el dinero que vuestro viejo maestro necesita para vivir>>.

<<¿Cómo podemos hacer eso?- preguntaron los discípulos-. Las gentes de esta ciudad son tan poco generosas que sería inútil pedirles ayuda>>.

<<Hijos míos- contestó el maestro-, existe un modo de conseguir dinero, no pidiéndolo, sino cogiéndolo. No sería pecado para nosotros robar, pues merecemos más que otros el dinero. Pero, ¡ay!, yo soy demasiado viejo y débil para hacerlo>>.

<<Nosotros somos jóvenes- dijeron los discípulos- y podemos hacerlo. No hay nada que no hiciéramos por vos, querido maestro. Decidnos sólo cómo hacerlo y nosotros obedeceremos>>.

<<Sois jóvenes- dijo el maestro- y es poca cosa para vosotros el apoderaros de la bolsa de algún hombre rico. Así es cómo débeis hacerlo: escoged algún lugar tranquilo donde nadie os vea, y luego agarrad a un traseúnte y coger su dinero, pero no lo lastiméis>>.

<<Vamos inmediatamente>>, dijeron los discípulos, excepto uno, que había callado, con la mirada baja.
El maestro miró a ese joven discípulo y dijo:

-Mis otros discípulos son valientes y están deseosos de ayudarme, pero a ti poco te preocupa el sufrimiento de tu maestro.
-Perdonadme, maestro- contestó-, pero el plan que nos habéis explicado me parece irrealizabe; éste es el motivo de mi silencio.
-¿Por qué es irrealizable?- preguntó el maestro.
-Porque no existe lugar alguno en el que no haya nadie que nos vea- contestó el discípulo-; incluso cuando estoy solo mi Yo me observa. Antes cogería una escudilla e iría a mendigar que permitir que mi Yo me vea robar.

A estas palabras, el rostro del maestro se iluminó de gozo. Estrechó al joven discípulo entre sus brazos y le dijo: <<Me doy por dichoso si uno solo de mis discípulos ha comprendido mis palabras >>.
Sus otros discípulos, viendo que su maestro había querido ponerlos a prueba, bajaron la cabeza avergonzados.

Y desde aquel día, siempre que un pensamiento indigno les venía a la mente, recordaban las palabras de su compañero: <<Mi yo me ve>>.

Y así se convirtieron en grandes hombres, y todos ellos vivieron felices por siempre jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario